El Día de Muertos es una de las festividades más representativas e icónicas de nuestro país. Más allá del valor culinario, los mexicanos apreciamos aquellos ingredientes y componentes gastronómicos que forman parte nuestra cultura. Cada año ansiamos el pan de muerto, pero ¿qué tanto conocemos su origen? Aquí en ‘Somos lo que comemos’ te contamos un poco de su historia.
El pan de muerto está inspirado en prácticas y rituales prehispánicos. Según estas costumbres ancestrales, después de ofrecer un sacrificio a una princesa azteca, se ponía su corazón latente en una olla con amaranto para consumirse en señal de agradecimiento. Pero, tras la llegada de los españoles, este tipo de rituales se añadieron a la lista de lo prohibido en los primeros años de La Conquista.
Después de un tiempo, los españoles encontraron la forma de sustituir estos rituales con un pan en forma de corazón. Este se cocina con una base de harina de trigo y azúcar con tintes rojos para simular la sangre. Aunque su preparación ha cambiado a través de los años, el pan de muerto forma parte de la gastronomía mexicana, que la UNESCO reconoció como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde el 2010.
El pan de muerto conserva un significado muy especial de alegoría a los difuntos. Desde su aspecto hasta su recuerdo a los fallecidos, su forma circular representa el ciclo de la vida y la muerte. Además, el pequeño círculo que se encuentra comúnmente en la parte superior simboliza el cráneo y las lágrimas derramadas.
Los llamados “huesitos” constituyen la parte que más se arranca del pan de muerto. Estos representan los cuatro puntos cardinales, consagrados a los Dioses: Xipe Tótec, Tlaloc, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl.
Hoy en día el pan de muerto ha trascendido más allá de lo tradicional. Hay panaderías que han adoptado la tradición pero la han llevado a otro nivel, proponiendo combinaciones y rellenos de nata, chocolate y cajeta, entre otras.