Por Rafael Hurtado y Rafael García Yeomans
Thirteen Reasons Why (Por trece razones) es una de las más recientes “bombas” mediáticas. De la creciente compañía cinematográfica Netflix. Y que en las últimas semanas se ha convertido en un producto de consumo ideal. Para los amantes del binge watching o, dicho en español, los atracones de series.
En esencia, la serie norteamericana se puede clasificar como una brillante adaptación del Best Seller escrito por Jay Asher. Que lleva el mismo título, publicado en 2007. Su impacto social es por demás considerable. Pues su excelente narrativa se desenvuelve a lo largo de trece capítulos con su respectivo tono ascendente.
En ellos, el director Brian Yorkey nos cuenta la historia de Hanna Baker (Katherine Lagford). Una adolescente que ha tomado la decisión de quitarse la vida. Dejando como testimonio trece audio cassettes. En los que se explican las razones que la llevaron a tomar la fatal medida del suicidio. Sus motivos involucran el comportamiento de un buen número de sus compañeros de clase. Mismos que en su mayoría van descubriendo a lo largo de la serie cuál fue su papel. En el trágico final de Hanna.
En perspectiva, la secuencia de la trama se puede resumir así: la narración del corazón de mujer joven. Que se rompe en añicos. Un dato importante: dicha narración la recibimos de manos de Clay Jensen (Dylan Minnette). Un chico introvertido que ama a Hanna en secreto. Pero que poco a poco va develando al espectador de manera descriptiva y a modo de flash back. La terrible situación que se vive en Liberty High, típica escuela norteamericana.
El suspenso empapa por completo cada uno de los capítulos sin abaratarse, siempre interpelando al espectador. Quien en todo momento se ha de identificar con el drama de alguno de los personajes. Desde la tragedia expuesta se entresacan tres reflexiones que pueden servir para “vacunar.” A aquellos interesados en profundizar en esta accidentada serie:
- El suicidio como remedio fallido:
Como ya se ha comentado, el tema principal de la serie. Alude a las razones por las que una joven mujer decide quitarse la vida. La música y la escenografía se encargan de adentrarnos con gran éxito en este terrible drama. No es menor el revuelo que estas imágenes han causado en el sector educativo y en las asociaciones pro-familia. Pues hay que aceptar que vivimos en una sociedad que se sigue escandalizando (cada vez menos). Ante la imagen de una juventud que pierde la esperanza de modo fatal.
Sin embargo, es posible que pocos se hayan detenido a considerar las razones. Por las que un tema tan delicado genera tanta expectativa. Quizás haya algo de verdad en el mensaje que nos trae la serie. Pues pocos somos realmente sensibles al aburrimiento y a la soledad que viven nuestros hijos adolescentes. Basta con verles a los ojos para percibir su hastío, en medio de una sociedad que sufre. De espasmos de conciencia y se queda perpleja contemplando su propia ignorancia.
Quizás seamos nosotros mismos, los adultos, los que poco hacemos por entender el mundo circundante de nuestros jóvenes, escudándonos en fariseísmos basados en la prohibición, disfrazando nuestra clara ignorancia y minúsculos esfuerzos hasta el grado de ser totalmente insensibles a la realidad.
Ciertamente, es por demás burdo el modo en que esta adaptación de Brian Yorkey aborda el drama mencionado. Puede incluso resultar molesto para un público más agudo, pues evidentemente se presenta el suicidio como “moneda de cambio”. En efecto, la joven Hanna concibe con astucia su propia muerte, e idea un plan que absorberá toda la atención de su círculo social.
Esta escenificación suicida se puede tornar en un gran “caldo de cultivo” para alentar todo tipo de desórdenes sociales disfrazados con un falso “manto heroico” (como ya lo estamos viendo con el fenómeno Blue Whale). ¿Tenía un problema de depresión Hanna?, ¿Estaba enferma o sufría algún trastorno mental grave? Eso nunca lo sabremos, pues la serie lo deja a la imaginación, negligencia que se puede prestar a error.
De este modo, Hanna se ha erigido como una “mártir” de los ideales liberales. Habrá quienes afirmen que la joven ha dado su vida para que muchos entiendan los males que acechan a la juventud y más en concreto a las mujeres que siguen siendo más vulnerables que los hombres. Pareciere que la modernidad sigue empeñada en crear “héroes de palo”, cuyos actos libres y heroicos tienden a la autodestrucción. Nada más alejado de la verdad afirmar que el suicidio genere mártires, como lo afirmó G.K Chesterton: “evidentemente el suicidio es lo opuesto al martirio… Uno [el mártir] desea que empiece algo: el otro [el suicida] desea que todo termine.”[1]
- Ser padres de una hija ya no es tan fácil:
Los padres de familia y sus diversos estereotipos hacen acto de presencia en la serie, pasando por la familia pseudo-conservadora a la familia desintegrada (con padrastro violento y madre drogadicta), hasta toparnos con una “familia homoparental”. Se hace un reconocimiento con “bombo y platillo” a la diversidad de orientaciones y preferencias propias de la sociedad liberal en su versión norteamericana. Sin embargo, en ninguno de los casos se denota una verdadera preocupación por parte de los padres hacia sus hijos. El cuidado y el cariño es poco y precario, sobre todo superficial.
Un ejemplo claro es el de Andy y Olivia, los padres de Hanna, a quienes las acciones de su hija les toman por sorpresa, optando por buscar respuestas meramente coyunturales, mediocres, hasta el punto de iniciar una “cacería de brujas” al estilo de The Death Poets Society. Su ausencia y superficialidad influyen de manera definitoria en el triste desenlace de Hanna, evidencia que no deja escapatoria para uno de los males más extendidos en Occidente, a saber, las “nauseas del vacío” –diría Alejandro Llano– ante la banalidad de la propia existencia.
En ese tenor, Thirteen Reasons Why puede ser visto como una “jalón de orejas” para los padres de familia contemporáneos, a quienes se les ha de exhortar a tomarse más en serio la vida familiar con sus hijos en el hogar, pues éste no se hace solo o por inercia cultural. Ciertamente, hacer familia es un arte y una ciencia, porque no hay reglas, pero hay que aprenderlas… la gran paradoja de nuestra era.
Una de las aparentes razones que no quedan explícitas en los audio-testimonios de Hanna es el ambiente que rodea a “Liberty High”. La interacción de los padres con la escuela es prácticamente inexistente. Ninguno de los profesores ejerce autoridad alguna sobre los alumnos, sino que más bien actúan como “facilitadores” exclusivamente de un conocimiento superficial, que poco tiene que ver con la verdadera finalidad de la educación, que no puede ser otra que transmitir un espíritu.
Ahora bien, es evidente que los personajes femeninos son aparentemente inocentes a lo largo de toda la serie. Pero según avanza la trama, se puede apreciar el claro leit motif -nada nuevo en nuestros días- que asigna a la mujer el duro papel de “víctima” permanente. La imagen de Hanna representa la realidad contemporánea de muchas mujeres, y su muerte se puede apreciar como un grito desesperado que clama justicia sin retraso frente al abuso de toda la sociedad.
Por su parte, los varones -salvo alguna confusa excepción-, se muestras malévolos, abusadores e inconscientes, rindiendo homenaje a la figura del macho incontrolable que sólo vive para satisfacer sus apetencias, sobre todo las de tipo sexual. El gran elenco de varones, incluyendo al director de la escuela, serán recordados por ser agentes de todos los defectos posibles de lo que la sociedad moderna ha denominado toxic masculinity. La lista es interminable y los agravios no han de cesar.
No se puede negar que la serie resulta en parte realista en un buen número de las cuestiones tratadas. Sin embargo, la pedagogía de la exageración en torno a la figura masculina puede resultar para muchos insulsa, incluso tendenciosa e infantil. Al final, parece que una de las razones principales por las que Hanna decide suicidarse es porque ha perdido la esperanza de ser amada por un varón. Esta última enunciación puede anular toda pretensión de exaltar esta serie como un intento apologético de dar razón a los postulados del feminismo radial.
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La amistad y la sexualidad superficial:
Quizás un tema poderoso que atrae al público como “abejas a la miel”, es el tópico de la amistad y su tergiversación en materia de sexualidad, sobre todo tratándose de la sociedad norteamericana, en la que parece que la tolerancia y la apertura son elementos que aseguran que el trato de amistad florezca en cualquier ambiente. En Thirteen Reasons Why se refleja la triste realidad: si eres noble y confiado, es imposible tener amigos sinceros.
Todos los personajes de la serie se dedican a velar por sus propios intereses, dejando de lado el bien objetivo que hemos de procurar por el que está a lado. En este aspecto es evidente que Hanna goza una gran capacidad de amar, pero siempre es defraudada y lastimada. El interés, el cariño, el respeto que la joven suicida profesa a los demás parece ser en vano, pues nadie es capaz de hacerse cargo de todo lo que ella es y siente.
La siguiente mención pudiera ofertarse como un resumen del drama señalado: si tan sólo alguien la hubiera escuchado, le hubiera puesto atención, hubiera tratado de comprender lo que sucedía en aquel corazón que era capaz de sentir mucho… aún la tendríamos entre nosotros. Quizás esto se deba a que vivimos en una sociedad individualista y materialista, incapaz de tratar con dignidad definitiva al otro, y esto hace que la mayoría de los jóvenes busquen autoafirmarse atendiendo a comportamientos que se alejan de una “vida lograda”.
Promiscuidad
Es aquí donde la banalización de las relaciones sexuales hace su ya esperada aparición. No hace falta ser muy observador para concluir que la serie presenta la vida sexual activa entre jóvenes como una actividad más o como un derecho inalienable de toda relación entre el hombre y la mujer. Sin embargo, como la misma palabra promiscuidad sugiere, las relaciones sexuales a destiempo confunden, y esto también se hace patente en la trama, siendo Hanna una clara víctima de este desorden.
Rafael Hurtado, PhD.
Rafael García Yeomans.
[1] Ortodoxia, G.K Chesterton