El tubo de agua de mi bolsa quedó congelado en mi mochila. Solo fui al baño unos metros más a la derecha donde la oscuridad de la noche esconde todo. Al otro lado, linternas frontales de un grupo que no conozco iluminan cómo están enhilando la cuerda en los arnéses. Cuando empiezan a subir uno tras el otro, me quedo sola en este lugar de transición. Estoy entre el flanco pedregoso del Pico de Orizaba abajo de mi y el glaciar de Jamapa arriba de mi.
Mi celular chafo ya se apagó por el frío, pero las fotos de mi cámara luego me revelaron que fueron las cinco y cuarto de la mañana. Se me tardó casi cinco horas para llegar a esta mitad de la montaña. Aquí mi guía decidió a ayudar a bajar a otros dos compañeros de OUTDOORS UP. “Va a llegar Ernesto, otro guía. Quiero que te quedas exactamente aquí, ok?” Sin guía no puedo subir la otra mitad hasta la cumbre del Pico de Orizaba, la montaña más alta de México. Sin embargo, también hay una hora de límite para llegar a la cima. Es decir, quien no llega antes de las diez ya no debería intentarlo por el calor y el esfuerzo necesario durante el regreso inevitable. Entonces espero.
En el último entrenamiento en el Nevado de Colima todos de OUTDOORS UP ya conocían el camino. Esta vez, el staff organizó guías para subir “al techo de México” a 5.670 metros sobre el nivel del mar. Asimismo, alrededor de 30 participantes, nos fuimos juntos en la noche del viernes, 6 de marzo, en un autobús de Guadalajara hasta Tlachichuca. Este pueblo está al pie del Pico que está en la frontera de Puebla y Veracruz. Unos pillan un lugar en el piso del autobús para desdoblar su sleeping.
Después de un desayuno, camionetas de 4×4 nos llevan en dos horas del pueblo hasta el refugio Piedra Grande en la cara norte de la montaña. El camino por el bosque está polvoriento. Por consecuencia, constantemente subo y bajo el vidrio lo que crea un aire sofocante dentro de la camioneta. Bamboleándose la camioneta sube de 2593msnm a 4200msnm en dos horas. Debido a la altura, ya me muevo más lento y con menos energía. En el Pico, tenemos que descansar a la misma altura como la mera cumbre del Nevado de Colima. A las siete de la tarde me acurruco en mi sleeping en las tablas largas de madera en el refugio. Pese a ejercicios de respiración, yaceré en las próximas cinco horas con ojos cerrados sin caer en fases de sueño profundo.
Esperando sola al otro guía al pie del glaciar me da mucho tiempo para pensar si voy a avanzar o mejor regresar. Ya se me tardó más que a los otros a llegar a este punto. Un chico atrás de mi tuvo que regresar debido al mal de altura, por lo cuál estuve sola con el guía de reta, Fernando. El camino por el Laberinto me costó mucha energía. No pude caminar más rápido y tuve que parar varias veces para respirar. Perdí la vista de los otros de mi grupo. Luego vomité dos veces un poco, pero de una manera liberatoria. Esta vez aprendí de mi experiencia hace unos meses en el Iztaccíhuatl, la tercera montaña más alta de México: No desayuné cuandó nos levantamos a medianoche del sábado a domingo. Sin embargo, tampoco pude comer algo más en estas últimas cinco horas que dos gomitas energéticas.
No obstante, el Laberinto con sus rocas fue un camino divertido. De vez en cuando tuve que echar mis poles de trekking por arriba y escalar. Cuando volteé, vi pueblos y ciudades iluminados. Sin embargo, la altura se puso sobre mis pulmones y debido a la oscuridad no pudo identificar un camino en este mar inclinado de rocas. Es aquí donde el guía de reto caminó adelante de mi para identificar el camino no helado.
A través del radio de Fernando, nos llega el mensaje de que el último grupo de adelante llegó al glaciar. Añaden que dos querrían regresar. “Espera, deja llegamos y llevas a Alexandra. Quiere continuar.” Ni yo estoy segura si quiero continuar, no he dicho nada, pero la motivación del guía me anima. Sin embargo, cuando llegamos, los compañeros ya habían esperado media hora. Igualmente, su guía opina que me tardaría demasiado en descansar y ponerme los crampones. “Mejor se regresa.” Encima, serán cuatro horas de subida en el glaciar y luego, “la cumbre solo es la mitad”, como se sabe en OUTDOORS. Siempre he tenido en mente mi bajada en el Iztaccíhuatl: Durante las ocho horas de subida, no calculaba las seis horas de bajada. Por ello ya no podía disfrutarlo para nada. Son decisiones con mucha responsabilidad, de los guías y de uno mismo.
Quizás me hubiera rendido. Pero como el otro guía Ernesto ya estuvo de regreso después de haber bajado a otro chico, espero entonces. Fernando dijo que llegaría en diez minutos. El frío me desanima. Ya no valdría la pena de empezar a subir el glaciar – por no hablar de llegar a la cumbre en tiempo. Sin embargo, me pongo tanto los crampones como otra capa de ropa. Simultáneamente, muevo mis dedos de mis pies con los dos calcetines en mi botas. Me siento como una niña en el kindergarten cuyos papás tardan en recogerla. En la semana pasada, me ponía mucho presión a mí mismo, hasta el punto de que rompió a llorar por una lesión insignificante en mi entrenamiento de Ultimate Frisbee. A partir de este punto logré a calmarme un poco más en cuanto a mis expectativas.
Las luces de los excursionistas en el glaciar en la oscuridad parecen a las estrellas en el cielo negro arriba. Mirando fíjo por abajo al camino de donde venía, espero que aparezca pronto la luz de una sola linterna. Al final, los veinte minutos de espera me ayudan en descansar y mi cuerpo vuelve a sentirse bien. Después de haber llegado, el guía Ernesto sonríe: “No puedes regresar sin haber pisado el hielo”. Me pone la cuerda de seguridad y me explica cómo nos moveremos como cordada. “Vamos hasta que tú dices que nos regresemos”.
El primer crampón cruje en el hielo del glaciar. Subimos con una distancia de metro y medio. En estos minutos sucede el mismo como ya me ha pasado en el campo de hielo del Nevado de Colima: Empieza a aparecer el sol y con cada paso que hago sube más. Caminando en hielo suele ser lento, así no me siento mal poniendo pie ante pie. Alrededor de la montaña empiezo a identificar el mar de nubes con unas cimas destacadas que parecen islas. Al horizonte de este mar hay una banda amarilla y naranja. Un punto de mucha luz engrandece y ilumina las caras del Pico y sus cimas inferiores. Llegamos hasta un tercio del glaciar con un paso bueno. No me siento cómo regresar aunque el conocimiento de la bajada todavía cierne sobre mí. Me dijeron que bajar este glaciar estaba pesadísimo.
Pregunto a Ernesto desde cuál punto en el glaciar podría ver el Iztaccíhuatl a lo largo. ¡Hasta ese punto quiero llegar! A este nivel, hacemos treinta pasos juntos antes de una pausa. Después de dos horas llegamos a la mitad donde se abre la vista a la derecha. Ahí se presenta la sombra triangular de la montaña que cubre la tierra por muchos kilómetros y su pico muestra hacia el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl. Ya puedo identificar las cordadas más cercanas arriba de nosotros que están moviéndose lentamente en la parte más inclinada del glaciar.
La cumbre al final del glaciar se ve tan cercano. Eso en general es el fenómeno del Pico de Orizaba que me contaron antes: Siempre ves la cumbre, pero parece como si no te estuvieras acercando. Suena ridículo que todavía tarde una hora y media hasta arriba. La distancia parece como unos veinte minutos. Pero ya estamos al nivel de la cumbre del Iztaccíhuatl con 5230msnm donde la presión del aire debido a la altura se reduce exponencialmente. Ahora hacemos una pausa después de cada quince pasos. Siempre cuando la cuerda estira, Ernesto sabe que me quedé más atrás.
En la última parte inclinada del glaciar nos movemos siete pasos antes de una pausa. Nos pasan mis compañeros de las primeras cordadas bajando. Ya no falta mucho, sin embargo, mi cabeza empieza a doler por la altura. Veo el fin del glaciar tan cerca, pero me muevo como si cargara otra mochila llena.
Después de tres horas y media, al fin llegamos al crater del Pico de Orizaba donde nos rodea un mar de nubes. Serían unos 15 minutos más a la parte más alta del crater con la cruz de la cumbre. Ernesto propuso que nos bajaríamos con mis compañeros que están allá arriba, pero sé que eso no será posible sin descansar. Por tanto, coloco mi mochila en el piso polvoriento al lado del crater, abro mi casco y pongo mi cabeza en la mochila: Eso es mi cumbre del techo de México, sea con cruz o sin. Luego esta decisión va a roer mi ego, pero en este momento, me parece la decisión más responsable y madura que he tomado en mi vida. Toda la carencia del sueño de las noches anteriores me invade tanto que no me queda mucho tiempo para estar contenta con mi misma.
El año pasado, hubo 270 incendios en los bosques a la falda del Pico de Orizaba, explica el chofer de la camioneta durante la subida al refugio. Campesinos queman parcelas para limpiarlos de malezas para que pueda crecer y promover el rebrote de forraje en áreas de pastoreo extensivo. En Veracruz, donde está parte de la montaña, cerca del 49% de los incendios forestales tienen su origen en el uso inadecuado del fuego con fines agrícolas o silvícolas. En condiciones desfavorables, la práctica del manejo de fuego puede dar inicio a incendios forestales. El chofer remite las manchas negras en el glaciar de Jamapa que ya se puede identificar desde una distancia de unos kilómetros. Según él, son resultados de estas prácticas.
En general, el Pico de Orizaba ha perdido cuatro de sus glaciares durante los últimos 50 años, informa Emilio Zilli Debernardi, coordinador de la iniciativa ciudadana Del Volcán al Mar en el periódico El Sol de México. Sin embargo, Debernardi advierte que hay que entenderlo “no como consecuencia de los campesinos que pueden desforestar o del impacto que podamos tener regionalmente sino del cambio climático” que aumenta la temperatura global.
El Pico de Orizaba también está conocido como Citlaltépetl, Monte de la estrella en Náhuatl. Después de una siesta bajo el sol sorprendentemente la bajada me parece fácil en contraste a todo lo que me contaron antes. En zig-zag llegamos hasta el final del glaciar. Antes de nosotros se presenta un paisaje a varios kilómetros con montañas, campos y capas de nubes. De vuelta en el Laberinto puedo identificar las rocas y el suelo gris como en la luna. No me siento como si acabara de subir la montaña más alta de México. Estoy llena de energía y, además, una pastilla remprimó mi dolor de cabeza. Ya puedo ver nuestro refugio y las camionetas.
No obstante, todavía falta una hora en un camino en un campo inclinado con arena y piedras. Es como si la montaña quisiera acordarme del esfuerzo que se necesita para subirla cuando me resbalo seis veces en la última hora en la arena. No sé si quiero reírme por la ironía o llorar. Puedo sentir cómo se forman moretes en mi trasero. Por lo cuál – en momentos cuando no veo a mis compañeros con Ernesto atrás de mí – grito a las piedras por la falta de un culpable humano a mi lado. El refugio está casi vacío cuando llego, todas salvo una camioneta ya bajaron al pueblo. Por lo menos, los baños de nuestra empresa de transporte estarán libres, pasa por mi cabeza.
Durante el regreso a nuestra universidad, me reservo mi lugar en el piso del autobús con mi sleeping y me despierten a las cinco de la mañana en Guadalajara. Los dos días en el Pico de Orizaba me dejan otra vez con mucho respeto ante la montaña alta. Es un lugar que, por un lado, exige decisiones responsables en los momentos cruciales. Por otro lado, te anima a superar las límites de tu mente y imaginación. Mientras en 1985, el Pico de Orizaba todavía contaba con 14 glaciares, en 2014 el número se disminuyó a dos y hoy en día solo queda el glaciar de Jamapa. Hay que conservar este lugar que enseña tan mucho a sus visitantes.
¿Qué recomiendas tú para el mal de altura? ¿Tienes algún remedio casero? Y ¿qué hay que hacer para conservar la naturaleza de montañas como el Pico de Orizaba? Coméntalo abajo.