En un mundo donde los suelos se degradan y los ecosistemas se tambalean, reflexionar sobre el sentido profundo de habitar cobra una urgencia ineludible. No se trata únicamente de vivir en un espacio, sino de comprender lo que implica construir, cuidar y cultivar nuestro entorno como un acto esencialmente humano.
La Semana Mundial del Suelo —celebrada del 19 al 23 de abril— y el Día Mundial de la Tierra —este 22 de abril— nos invitan a mirar más allá del concreto y el asfalto para redescubrir nuestra relación con la tierra. Habitar, en su sentido más completo, es cuidar. Es reconocer que la tierra no es solo un recurso, sino un elemento esencial de nuestra existencia. El antiguo término alemán bauen, raíz del verbo construir, también significa “cuidar” y “cultivar”, recordándonos que toda edificación debe nacer del respeto hacia el entorno que la sostiene.
Esta visión ha sido profundamente desarrollada por el filósofo alemán Martin Heidegger, quien afirmó que “construimos en la medida en que habitamos”. Para él, habitar no es solamente residir, sino una forma de ser en el mundo, una manera de cuidar la tierra, respetar el cielo, aceptar nuestra condición mortal y reconocer lo divino en la existencia. Estos cuatro elementos —la tierra, el cielo, los mortales y lo divino— conforman lo que llamó la cuaternidad, un equilibrio fundamental para vivir plenamente.
En este sentido, las construcciones humanas no deben verse como una simple ocupación del espacio, sino como una oportunidad para iniciar algo nuevo, algo que responda a la esencia del lugar y no lo destruya. El espacio, lejos de ser una superficie vacía, es un lugar que cobra significado a través de lo que allí se cultiva, se cuida y se respeta. Heidegger propone que el verdadero espacio es donde algo comienza, no donde algo termina.
Las consecuencias de ignorar esta relación son evidentes: desertificación, pérdida de biodiversidad, alteración del ciclo del agua, disminución en la calidad del aire y una creciente vulnerabilidad ante fenómenos climáticos extremos. Pero no todo está perdido. La solución comienza en lo cotidiano: en el diseño consciente de nuestros espacios, en el respeto al entorno natural, y en la construcción de viviendas, ciudades y comunidades que no dominen la tierra, sino que coexistan con ella.
El Día Mundial de la Tierra, que se celebra cada 22 de abril, tiene como propósito generar conciencia sobre los desafíos ambientales que enfrenta la humanidad. Este año, la reflexión adquiere un tono más filosófico y profundo: ¿cómo estamos habitando el planeta? ¿Estamos construyendo espacios que nutren la vida o estructuras que la agotan?
Tal vez, entonces, el primer paso para salvar la tierra no esté en una nueva tecnología, sino en una antigua actitud: cuidar. Cuidar el suelo, cuidar el cielo, cuidar nuestro modo de ser. Porque solo cuidando, dice Heidegger, es que podemos habitar.