Esfuerzo hasta el límite

Por Luis Daniel Guerra Rosales//

Era un fresco amanecer de domingo, la neblina comenzaba a disiparse y la copas de los árboles se teñían de un color anaranjado conforme pasaba el alba. Esta particular mañana la universidad era invadida por corredores de todo tipo; desde profesores hasta alumnos con sus mascotas. Se creaba un ambiente de inclusión donde podíamos convivir sanamente unos con otros.

La noche antes del evento me encontraba emocionado y ansioso por la carrera. Preparé mi atuendo de corredor y sin interrupción me dormí. Y esa mañana me me levanté, desayuné ligero y me dirigí a la Universidad. Cuando llegué a la explanada del evento quedé atónito; era mi primera carrera y mis ojos presenciaban cómo un mar de camisetas rojas saltaba, se estiraba y se preparaba para desembocar en las calles del Parque Metropolitano de Guadalajara. Inmediatamente, mi cuerpo y mente se llenaron de adrenalina.

Comencé a calentar junto a mis compañeros, y se podía sentir el entusiasmo que todos teníamos por iniciar. Mientras unos conversaban de sus posibilidades para completar el trayecto, otros calentaban arduamente para romper su récord. Después de varios minutos dieron la indicación de que nos situáramos en la línea de meta, y yo inmediatamente me dirigí hacia allí hasta que la masa roja me consumió. Estaba tan apretado que podía notar la respiración de la persona que tenía detrás de mí. Estando allí pude saber cómo se sienten las sardinas en una lata. Todos estábamos callados con la mirada puesta en el reloj frente a nosotros.

Durante esos largos segundos aproveché para mentalizarme, recordé toda la preparación previa que había realizado para este momento; días antes había corrido los diez kilómetros en 48 minutos y mi mente estaba puesta superar mi tiempo. Cuando menos me di cuenta sonó el disparo de salida y la multitud rápidamente se esparció por el pavimento.

Empecé como un trote ligero, y sin desmoralizarme al ver cómo todos me rebasaban, continué apegado a mi estrategia. La música me ayudaba mucho a disipar mi mente y evitar el cansancio, y así llegué por fin al primer kilómetro y aumenté el paso. 

Aunque algunos piensen que correr es aburrido, a mí me encanta porque que tienes tiempo de sobra para platicar contigo mismo y conocerte mejor. Mientras distraía mi mente en conversaciones instrospectivas, me di cuenta de que ya me encontraba en el cartel de tres kilómetros y me dije a mí mismo: “Ahora sí vamos por los que nos pasaron”. Y entonces  aumenté notablemente mi zancada y poco a poco empecé a dejar competidores atrás.

Para ese momento mi respiración comenzaba a ser errática y mis músculos a sentir el esfuerzo, pero en una carrera gana el que esté mejor preparado mentalmente. Pasé el cartel de cuatro kilómetros y mi mente me decía: “Vamos, aprieta más el paso, no bajes el ritmo que aún no estamos dando todo”. Podía sentir el aire frío en mi cara y el viento en mi pecho. Estaba volando. Hasta que llegué a la mitad de mi trayecto, estaba disperso en mis pensamientos y, cuando menos me di cuenta, resbalé al dar vuelta; aunque no caí al pavimento, un ligero “crack” se escuchó dentro de mí.

Por un instante pensé que no había sido nada, y continué con mi paso veloz; sin embargo, al llegar al sexto kilómetro comprendí las consecuencias. Mi costado comenzó a doler, primero como una punzada, luego como un mar de llamas. Y mi mente comenzaba a ceder. ¡Ya no podía más! estaba jadeando y el dolor de caballo comenzó a ser imposible de ocultar. No pensaba detenerme, pero no estaba preparado para esto. Me detuve y comencé a caminar despacio; al hacerlo sentí cómo toda mi adrenalina se esfumaba.

Era desalentador ver cómo toda mi ventaja se escapaba; me rebasaron todos, y con cada persona que me pasaba trataba de seguir corriendo. Pero me dolía demasiado, inclusive respirar hacía que mi costado me ardiera. Cuando estaba a punto de llegar a los siete kilómetros me encontré con un grupo compañeros ofreciéndonos agua para recuperarnos y, sin dudar, acepté una bolsa y desesperadamente la bebí con esperanzas de que me aliviara el dolor. Por desgracia, no fue el caso y ya estaba pensando en ceder y acabar la carrera caminando.

Con gran esfuerzo me dije que seguiría corriendo, y me puse en marcha. Si bien mi velocidad no era ni a la mitad de la que esperaba, cada paso era un logro para mí; se me hizo eterno el poder llegar a la meta, pero al fin lo logré: después de una hora con 3 minutos conseguí la hazaña. Estaba simplemente agotado; aunque no cumplí mi meta de superar mi tiempo, estaba realmente feliz porque logré completar mi primera carrera de diez kilómetros. Quedé satisfecho porque me esforcé hasta el límite.