La pandemia ocasionada por el Coronavirus se acerca, desde que se tuvo conocimiento de ella, a su quinto mes. Sin embargo, todavía no sentimos la seguridad de que ha comenzado a dar tregua. Por primera vez en siglos, la humanidad se ve desafiada por una situación que viene a trastocar el orden establecido. Al comparar el número de enfermos contra la población mundial, podríamos decir que se trata de una cantidad menor. Tal vez por ello en muchas partes del mundo no se le da la importancia debida a la crisis.
Sin embargo, al hablar de personas que se han visto afectadas en algún sentido, podemos decir con seguridad que toda la población de nuestro planeta está sufriendo los embates de la enfermedad en alguna forma. Gente sin trabajo, negocios arruinados, estudiantes sin clases presenciales, cancelaciones de todo tipo de espectáculos, confinamiento. Estos son, por citar solamente algunas, las afectaciones que vive la gente y que le ha orillado a cambiar su status quo. Todos hemos tenido que adaptarnos a un entorno que seguramente nunca siquiera imaginamos al iniciar el año.
Decía Heráclito: “La única constante es el cambio”. Y, aunque esta es una frase que tiene miles de años, realmente nos habíamos acostumbrado a cambios graduales, menos perceptibles. Lo que vivimos actualmente es un cambio de orden a nivel mundial, una situación que no habían conocido los habitantes de esta “Aldea Global”, bautizada así por McLuhan hace más de medio siglo. Aunque habíamos tenido pestes y guerras mundiales, la globalización ha permitido, como nunca antes, la expansión de un problema por todo el planeta.
Lo que se presenta en el horizonte es, claramente, la necesidad de implementar cambios. Al respecto, Maquiavelo decía: “No hay empresa más complicada, ni con mayor sombra de duda en cuanto a su éxito, ni más difícil de manejar, que cambiar el orden establecido”. Cambiar el estado de las cosas es algo de lo que más incertidumbre genera para las personas y organizaciones. Los seres humanos tendemos a generar círculos de confort difíciles de romper. Sin embargo, es una realidad que no puede lograrse un proceso de transformación sin la presencia de la comunicación. Pues, sin suficiente y creíble comunicación, decía John Kotter, “los corazones y las mentes de la tropa nunca se ganarán”.
Tanto a nivel personal, como en un entorno organizacional, la comunicación nos permite generar ambientes de certidumbre. Estos son muy valiosos porque hacen menos dolorosa la recuperación. La falta de una estrategia adecuada de comunicación lo único que genera son vacíos. Y esos huecos posteriormente se llenan de rumores y narrativas que no ayudan a la causa.
La nuestra debe ser una labor de buscar y trasmitir información que aporte, que siempre esté enfocada en la verdad. Pues la información verdadera, no importa cuán dura sea, nos permite establecer planes de acción basados en una realidad firme. Sin embargo, también es momento de buscar narrativas alternas que nos muestren otra cara de la crisis. Esa que enseña cómo hay cambios que sí están resultando exitosos, y han mostrado que las crisis se convierten en verdaderas oportunidades de mejora.
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación nos permiten acceder a sitios de todo el mundo en los que podemos encontrar información. Pero tenemos que entender que no todos ellos presentan información verificada y coherente. Si no somos responsables, podríamos caer en la difusión de las llamadas “Fake News”. A la larga, entre otros problemas graves, esto genera “infoxicación”, es decir, la saturación de información que nubla nuestra capacidad de discernimiento y selección de información adecuada para actuar ante las incidencias.
La comunicación es una condición sine qua non de la humanidad. No hay nada más humano que comunicar y nada más necesario, que una comunicación que humanice.