El paro nacional del 9 de marzo es una protesta vanguardista. Busca hacer un llamado para que las autoridades actúen. Es una oportunidad para la reflexión, para el análisis y para, repito, la acción.
Un día en el que nosotros aprendemos cómo es la vida sin ellas. Pero, ¿y si ellas ven cómo es la vida sin nosotros? Imaginemos por un momento. Van al gimnasio sólo ustedes. A la escuela asisten sólo ustedes. En el trabajo están sólo ustedes. Una idea que vengo meditando desde las 8 de la mañana del día 9. A esa hora me desperté y comencé la primera lectura del día: Las primeras nieves, de Guy de Maupassant. Esta relata la vida de una mujer que decide dejarse morir antes que regresar casa. Su esposo no quiere comprar una estufa en invierno y la vivienda está helada.
Después continué con El padre de Simón, también del escritor francés. En ese cuento una mujer, madre soltera, es ‘rescatada’ por el hombre que le propone matrimonio. Así le da apellido a Simón, su hijo, y advirtiendo a cualquier niño que lo moleste que le dará un buen jalón de orejas, porque ya es el padre.
Bajé a desayunar una hora y media después. Cerca de las 10. Ya había unas quesadillas en la estufa. ¿Y si mi mamá no tuviera que estar 20 minutos parada haciéndolas? Pero ese tuviera me es extraño, casi ajeno. Un deber infausto. Una tarea en declive. Un no sé qué porque cuando yo hago quesadillas las hago nada más para mí. Es más bien un intangible que ya había descrito de Beauvoir en su Mujer rota o Rosario Castellanos en su Álbum de familia.
Antes de continuar escribiendo he de sincerarme: el título lo tomé de Bienvenidas a un México sin patriarcado, que Beatriz Guillén escribió para El País. Esa lectura la emprendí a la 1 de la tarde, antes de sentarme a pensar cómo hacer lo que estoy haciendo. Junto con ella, vienen los datos de desesperación: más de la mitad de personas desaparecidas, menores de 18 años, en México son mujeres. Once son asesinadas diariamente. Cada hora que pasa, en promedio, una mujer pide ayuda por situaciones de violencia. Y las fotografías de la marcha comienzan a llegar al imaginario. Los carteles, los videos, los relatos de las asistentes que gritan ¡ya basta!, ¡nos queremos vivas! ¡Si no marchamos juntas nos matan por separado!
Dulce Orozco, universitaria, fue una de miles. “Todas queríamos lo mismo. Todas queríamos ser libres. Que nuestra hermana fuera libre. Caminar seguras. Todas queríamos tener derechos, un México donde no nos maten, donde no nos violen. Un México donde no nos abusen”. Comenta que el canto que más “le pegó” fue entre mujeres no desaparezco. Sin embargo, reconoce que muchas tenían miedo, pues se rumoraba que las fuerzas de control utilizarían ácido y gas lacrimógeno.
“Pero justo llegamos ahí [a la marcha]. Yo creo que en pocos espacios me he sentido tan cuidada y tan segura gracias a mi hermanas del bloque negro. Gracias a que estábamos en una marcha donde se tomaban en cuenta todas las luchas. Se tomaban en cuenta todas las realidades”.
Por otra parte, la cobertura de medios le parece “amarillista”. El enfoque que dan a las notas y reportajes sobre el movimiento feminista invisibiliza lo que están pidiendo las manifestantes. Pero recuerda una entrevista que le hicieron para el Canal 10, en la cual le permitieron ‘justificar’ el vandalismo que en otros medios se reproduce sin miramientos. “Necesitamos que nos vieran, que nos escucharan. Necesitamos hacer ruido”. Tiene una razón por la cual la televisora no ‘cortó’ sus declaraciones. Una optimista: “Esto viene de la apertura que ha habido en el diálogo gracias a la lucha que se está haciendo. Se están abriendo espacios, pero necesitamos ver cambios estructurales que aseguren nuestros derechos. Que aseguren, literal, nuestra seguridad”.
En lo referente al paro de hoy, menciona que no necesitan permiso ni apoyo para no realizar sus actividades. Ese es precisamente el punto central: no lo hacen por nadie más, sino por ellas mismas.
“No necesito un permiso para dejar de ir a trabajar; que en la escuela me den permiso de no ir y no me pongan la falta. No necesito que en mi trabajo me digan ‘claro que sí puedes faltar’. Porque cuando a mí me matan yo no pido permiso para faltar. A mí no me dicen que no pasa nada con las faltas, que no pasa nada si no asisto. El chiste del paro es marcar esa realidad cruda que muchas ya sufrieron”.
Dulce advierte, no obstante, que el paro no lo pueden hacer todas las mujeres. Muchas de ellas no cuentan con esa libertad para faltar al trabajo, a la escuela o cualquier otra de sus obligaciones.
Pregunta de la que, espero, ya conocemos la respuesta. Los feminicidios han ido a la alza desde 2020. Las situaciones de violencia se han disparado y, sobre todo, no se vislumbran acciones claras por parte de las autoridades para atajar el problema.
Dulce lamenta que la situación sigue siendo la misma que hace dos años cuando se llamó por primera vez al paro. “Pese a que ha habido logros, el sistema sigue siendo el mismo, y las opresiones y violencias que vivimos la mayoría son sistemáticas”. Una afirmación certera que, no dudo, ya conocemos, pero ignoramos. Porque ¿de qué vale que se sienta la ausencia de mujeres en una estructura donde actuamos como si de verdad no existieran? Pero, repito, las declaraciones de Dulce son optimistas. “Las mujeres hemos empezado a solidarizarnos mucho más. Se ha abierto el diálogo en muchos espacios de los que antes no había. Se nota, aunque sea a través de medios amarillistas, que se ve que hay una presencia de mujeres que están luchando por sus derechos y contra las opresiones”.
Mas al mismo tiempo es realista. “No creo en sí que nos haya ido mejor. No creo que estemos teniendo una diferencia de hace dos años a ahorita, porque aunque los logros hayan sido pequeños, si el sistema no cambia, nuestras realidades seguirán siendo las mismas” sentencia.
Y es que su razonamiento debe imperiosamente invitar a una profunda reflexión. ¿De qué vale si en el trayecto a la universidad vi menos carros? ¿O si en la clase de 3:30 a 5 de la tarde sólo vimos 20 minutos del partido Real Madrid vs PSG y el primer capítulo de la serie House of Cards para que las compañeras no se atrasaran en los temas? La universidad se percibía más sola. A las 6:30 de la tarde sólo la sombra de los edificios y árboles se extendía en la plancha central. Mesas vacías en el Güich y en el Deck. Y en la puerta principal donde fumamos no había más que tres grupos de tres hombres hablando de lo que tenemos que hacer mañana.
En algo medito, en especial después de la clase de 8 a 9:30 de la noche en la que sí vimos tema nuevo. Ese día de mañana cuando ‘todo vuelva a la normalidad’, cuando otra vez vea mujeres en las calles, en el trabajo, en la escuela… Ese día ¿qué traerá? No es mi lugar cuestionar el paro ni sus implicaciones, mas sí me permito aventurar una idea: ¿y si el día de mañana dejamos que ellas vean un México sin nosotros? No se me malinterprete: no propongo una nueva forma de invisibilizar la lucha ni ideales feministas, sino extenderlos. Que ellas regresen, por lo menos un día, a un México donde las cosas ya cambiaron. Donde ya están seguras, donde ya son libres. Que ven un país que también les pertenece.
Porque hoy 10 de marzo, a la 1:40 de la mañana, cuando repaso el día 9, estoy seguro de que la acción inmediata es necesaria, tanto ayer, como hoy y como mañana. Y si leí lo que leí; y si mi mamá es madre; y si Beatriz Guillen escribió lo que escribió; y si los datos de desesperación; y si la marcha; y si platico con Dulce; y si la universidad está vacía; y si las clases se dieron normal… Quiero leer una crónica que me diga qué pasó y cómo sucedieron los hechos de mañana. Una en la que pueda leer Bienvenidas a un México sin nosotros.